En los últimos meses, la vida de ella había florecido en un sinfín de matices, tanto en su ámbito profesional como en su esfera personal. Si tú, querido lector, has transitado un camino similar, ya sea en tiempos recientes o en cualquier etapa de tu existencia, quizás encuentres en su historia un eco de tus propias vivencias. Porque, se sabe, enfrentar desafíos nunca ha sido un sendero sencillo.

En conmemoración del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, ella siente la necesidad de compartir una reflexión profundamente personal. Hubo un tiempo, en su juventud, en que la sombra de la desesperanza se cernió sobre su vida, haciéndola contemplar la dolorosa idea de poner fin a su existencia. Sin embargo, ese pensamiento, efímero como un susurro en la brisa, se disolvió tras unos minutos de introspección. Las palabras de quienes la rodeaban, a menudo cargadas de una crueldad inesperada, le infligieron heridas que dejaron marcas imborrables; es aterrador pensar en el poder destructivo de las palabras, capaces de minar la autoestima y transformar seres vibrantes en sombras inseguras y tímidas.

Recuerda, en su memoria, esas palabras que la hirieron: «bruta», «mongólica» y, sobre todo, «fea». Cada una de ellas cambio su realidad y retumbaron en su ser como un eco doloroso, una cicatriz emocional. Fue entonces cuando un libro, como un faro en la oscuridad, llegó a sus manos: «Los Cuatro Acuerdos» del Dr. Miguel Ruiz. En su vasta sabiduría, el autor desmenuza la noción de «el poder de las palabras», revelando cómo los problemas a menudo germinan en cómo nos hablan. Si en la infancia se nos llama tontos o molestos, y esas palabras hirientes emanan de quienes amamos, pueden, con el tiempo, afectar nuestra autoestima de maneras devastadoras.

Desde pequeños, llevamos en nuestro interior la capacidad de soñar y aprender. Ser niño es, en esencia, un acto de imaginación; ella recuerda con nostalgia las horas pasadas cantando frente al espejo, el cepillo en mano, sintiéndose especial. Sin embargo, la voz de algún adulto a menudo rompía esa burbuja de felicidad, pidiéndole que se callara, a veces incluso con gritos. Tales experiencias pueden arrasar con los sueños y las ilusiones que construimos en nuestra infancia.

Esta cruda realidad no es exclusiva de ella; muchos comparten historias similares. El Dr. Ruiz destaca la enorme responsabilidad que conllevan las palabras, que pueden elevar a una persona o sumergirla en la más profunda oscuridad. Tal vez, esta sea una de las raíces más profundas de nuestros desafíos emocionales.

Por ello, su llamado es claro: asumamos la responsabilidad de ser constructivos y positivos con nuestras palabras, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás. La forma en que tratamos a quienes nos rodean refleja nuestro amor propio, y así evitaremos que las nuevas generaciones carguen con los traumas que las palabras de los que aman pueden causar: padres, hermanos, tíos, abuelos, compañeros, novios y amigos.

Imagina, por un instante, que nuestras palabras son suaves caricias para el alma. ¿Cómo desearías que esas caricias llegaran a quienes enfrentan noches oscuras y días inciertos? No seamos quienes añaden peso a sus cargas; seamos la luz que ilumina su sendero, la voz que les recuerda que no están solos en su travesía.

Seamos una red de apoyo, conscientes de la profundidad de nuestro impacto al hablar y actuar. La empatía no se limita a entender y escuchar; también implica decidir cómo responder. Reitera, en cada encuentro, la importancia de ser “impecable con tus palabras”, especialmente en momentos de vulnerabilidad.

Ella invita a todos a ser valientes y comprometidos con su bienestar y el de quienes los rodean. Primero, transforma tu realidad hablándote con amor, respeto y de la manera en que anhelas que te hablen. Al amarte y hablarte positivamente, te conviertes en un equilibrio y un apoyo para los demás. Cada palabra de aliento contribuye a un entramado de fortaleza compartida.

Motivada por el libro que ha mencionado, elige ser un faro de esperanza con sus palabras. Aboga por que cada persona que lea esto comprenda que tú mismo creas tu realidad, comenzando con cómo te hablas a ti mismo y a tu mente. De este modo, podríamos evitar que en momentos de desesperación alguien considere que la única salida es quitarse la vida.

 

La vida es un regalo, y aunque no siempre se presente como un camino fácil, es perfecta tal como es.

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